humedece las murallas agrietadas
sobre un tiempo de grises atardeceres.
Adentro del vacío fantasmal
se recibe una energía cadavérica
entumeciendo la blancura de una mejilla.
El habitante es solitario y algo loco
en sus ojos siniestros,
un sol tan negro apagado.
Como las telarañas de lo olvidado
permanece un piano viejo,
transmite melodías de un músico enterrado.
Nadie se atreve a acercarse,
el carnicero guardián diabólico
es sabueso apeteciente de carne.
Todo en un mundo real
se hace oscuro por sobrevivir
y llorar desdichado.
