húmedo vibrante acorde maldito
amatista hundida en la viña solar
largo temple final del sonido
armonía de los dioses amarillos
furtiva sombra que anida desdén
marchita rosa veneno de sal
amarga dicha del blanco tribal
furia animal saliendo a cazar
carne podrida de poca piel
ácido envolvente sublime sin ser
esencia astillada gélida atónita
discordia asesina benigna vacía
gnomos saltarines de barbas azules
arcos negros del horizonte helado
prados cercados eléctricos mojados
cabezas rodantes después del jaque
silencio mundano repleto de voces
regaños de mente siniestra calcina
lugares extraños oscuros con monos
tortura sin fin, murallas cerradas
mujer desnuda con senos enconados
desfile de vaginas mojadas
show de un muerto en cadena menstrual
grito de puta peluda cantante
guitarra llorando gimiendo azuladas
maderas del cielo con cuerpo dorado
ideas calientes de insensatez viva
palabras paganas del árbol que nace
figuras de peces con dientes de sable
amantes pinceles bordeando juglares
canciones y mares buscando abrigarse
descalza la perra no puede andarse
el techo de cal parece brillar
bombillas celestes de marte
grieta sin forma suplente de amar
vacío total del cadáver pálido
gusanos hambrientos con lenguas trilladoras
veneno de aguja filosa punzante
leche espesa de murciélago llorón
pantano movedizo chupador
perdidos pasos tambaleantes
ballenas de estiércol liquido
pistolas firmando la guerra
alacranes de pinzas en plata
nubarrones de cemento tiñiendo la noche
reyes sonriendo en cedes de oro
actores grandiosos con botas gigantes
lluvia de cuchillos y ratas
pilas de libros abiertos sudando
pantallas aplanadoras del control
maíces en boca de esclavos
pollitos haciendo la fila en el fuego
artistas genoveses sumidos en cosmos
basura en manos de tontos
basurero lleno de obras de arte
soledad humeante de alquitrán y alcohol.
miércoles, 27 de junio de 2012
viernes, 8 de junio de 2012
Lanzé una súplica hacía la inmensidad
pidiendo que las girnaldas se encendieran
y que las magnolias suspiraran sobre mi lecho
Algunas cuantas constelaciones recibieron el llamado
añadiendole una figuración cósmica a las hojas
y transformando su sentido hacía la eternidad.
Pasaron años sin que yo volviera a sentir la primavera,
y llegué a pensar que eran en vano mis palabras
que no valían las ventiscas que se fusionaban con mis pensamientos.
Hasta que un día escuché una melodía sentimental
que venía desde un albaricoque frondoso
lleno de dulces amarillentos y rojizos frutos
supé ver allí a un jilguero cantor
esperanzando al mundo con su entonación
ensoñada de gloria natural como improvisada desde el alma.
Entonces entendí que allí estaba la vida
que aquella súplica era devuelta con libertad
y esa fué la canción que se escuchó sin cesar.
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